PRESICIONES:
							
							Las primeras referencias del Valle 
							del Genua o Henno Kaike las encontramos en el libro 
							del célebre investigador ingles George Musters “Vida 
							entre los Patagones” donde describe principalmente 
							su viaje a través de la Patagonia  con las tribus de 
							Casimiro Biguá hacia el Neuquén.  En la descripción 
							cronológica del viaje describe “ El 2 de Noviembre a 
							las 2 de la tarde llegamos a un paso o garganta 
							situado arriba del punto de reunión del Henno. El 
							aspecto del valle inferior era muy consolador: 
							Verdes llanos herbosos que se extendían a algunas 
							millas de distancia, con un lindo arroyo plateado 
							que corría por el centro...de modo que 
							bajamos...mientras se acababan de plantar los 
							toldos. 
							
							Nuestro campamento estaba situado en 
							un gran valle herboso regado por una corriente que 
							fluía hacia el este para perderse al fin en un gran 
							pantano. Ese valle que podría tener unas doce millas 
							de largo por cuatro quizás de ancho en su parte mas 
							extensa, estaba limitado por colinas que se 
							acercaban estrechándolo en sus extremos oriental y 
							occidental. Hacia el noroeste y hacia el Norte las 
							colinas que merecían casi el nombre de montañas, 
							eran particularmente escabrosas, sobre todo en sus 
							cumbres. Al Nornoroeste de nuestro campamento, según 
							la brújula, había un paso formado por una depresión 
							o boquete en la cadena que se dirigía al note y por 
							la boca de ese paso podíamos ver el humo de las 
							cacerías de los indios araucanos, que, sin embargo 
							estaban a muchas leguas de distancia. En toda la 
							Patagonia el humo se ve siempre desde muy lejos, y a 
							los ojos ejercitados de los indios alcanzan a 
							distinguirlo de las nubes cuando el común de las 
							personas no podrían descubrirlo a menos que se les 
							señale. En la parte meridional y oriental del valle 
							había una cadena de colinas cuyas simas abruptas 
							surgían de cuestas inferiores de pendiente mas 
							regular y superficie mas lisa y mas propia de 
							médanos que de la parte occidental y septentrional. 
							La colina del Henno que da su nombre al valle, se 
							alzaba del llano, inmediatamente arriba de nuestro 
							campamento. 
							
							Durante nuestra permanencia en ese 
							agradable lugar de descanso los días fueron 
							brillantes, llenos de sol y cuando no había viento, 
							calurosos; La falta de lluvia por otra parte , hacía 
							que el tiempo pareciera casi de verano, pero, en 
							cuanto soplaba viento oeste, el frío penetrante 
							disipaba la pasajera ilusión. La larga demora que 
							imponía la preparación de los caballos para la 
							campaña contra el guanaco cachorro y el toro 
							salvaje, fue muy aceptable para todos los miembros 
							de nuestra partida y después de los dos meses de 
							reyertas y de peligros reales y recelados, y de 
							marchas forzadas, nuestra apacible existencia de 
							entonces, aunque libre de aventuras, era enteramente 
							satisfactoria. Una que otra cacería, un cambio de 
							visitas y partidos de cartas con los recién 
							llegados, la pesca, la búsqueda de huevos de 
							pájaros, de matas de espinacas, etc. con un poco de 
							galanteo, y por vía de trabajo serio, uno que otro 
							parlamento, nos hacían pasar el tiempo en Henno muy 
							agradablemente. 
							
							Estábamos la mañana siguiente pasando 
							el tiempo en la pesca y en diferentes deportes en el agua cuando se vio humo en varios 
							puntos al oeste y como a las dos de la tarde 
							apareció en la parte norte del valle la cabeza de 
							una pesada columna de mujeres, criaturas e 
							innumerables caballos. Todos se dirigieron 
							inmediatamente a los toldos, se ataviaron y trajeron 
							los caballos preparándose para la llegada de las 
							visitas, porque se consideraba una cuestión de gran 
							importancia el encuentro de un número cualquiera de 
							indios después de una separación. En seguida se 
							tomaron y ensillaron los caballos y aún antes de que 
							algunos de nuestra partida estuvieran 
							prontos, los hombres que habían venido cazando por 
							el camino aparecieron y el ceremonial de bienvenida 
							se observó debidamente. 
							Las dos partes, con todas sus armas, 
							con sus mejores ropas y montados en sus mejores 
							caballos, formaron en líneas opuestas. Los indios 
							del norte tenían una figura mas animada, ostentaban 
							camisa de franela, ponchos y una profusión de 
							espuelas de plata y riendas ornamentadas. Los jefes 
							recorrían la línea de arriba abajo formándola y 
							arengando a sus hombres que sostenían un grito 
							continuo “ wap, wap, wap”. Caí en la formación como 
							soldado raso aunque Casimiro había tratado de 
							inducirme a que hiciera de Capitanejo, esto es, de 
							oficial de una partida. Por nuestra parte se 
							desplegó orgullosamente la bandera de Buenos Aires, 
							mientras los del norte hacían flamear una tela 
							blanca; Las filas de éstos tenían un aspecto mucho 
							más militar que el de nuestras mal disciplinadas 
							fuerzas. Hubo algún cambio de mensajeros o rehenes, 
							cada bando comisionó para este objeto a un hijo o 
							hermano del jefe, y los recién llegados avanzaron 
							formados en columnas de tres y pasaron a caballo 
							alrededor de nuestras filas, disparando sus fusiles 
							y revólveres, gritando y blandiendo sus espadas y 
							boleadoras. Después de pasar así a nuestro alrededor 
							a todo galope dos o tres veces abrieron sus filas y 
							cargaron sobre nosotros como si atacaran a un 
							enemigo, gritando “Koué” a cada golpe o estocada que 
							asestaban. Se suponía que el objeto del ataque era 
							el “Gualichu” o demonio y la verdad es que había que 
							exorcizar en nuestras filas al demonio de las 
							discordias. La partida de Hinchel se detuvo luego y 
							reformó su línea mientras nosotros, a nuestra vez, 
							ejecutábamos las mismas maniobras. Después los 
							Caciques se adelantaron y se estrecharon 
							solemnemente las manos, pronunciando, cada cual a su 
							turno, largos discursos de cumplimiento. Esto se 
							repitió varias veces y la etiqueta impone responder 
							solamente “ahon”, esto es si, hasta la tercera 
							repetición, después de lo cual todos empiezan a 
							hablar y a hacer a un lado poco a poco las 
							formalidades. Era un tanto sorprendente ver que se 
							insistiera con tanto rigor en la etiqueta; pero en 
							la observancia de sus fórmulas propias, estos 
							titulados salvajes son tan puntillosos como si 
							fueran cortesanos españoles. 
							
							El día siguiente hice una visita a 
							Hinchel. Este no hablaba español pero se arregló 
							para conversar y me preguntó si los indios 
							tehuelches no eran gente rara porque había oído 
							decir que mataban a los hombres con tanta facilidad 
							como a los guanacos. Por lo que Casimiro me había 
							dicho yo me inclinaba ya a respetar a ese Cacique 
							que con tanta prontitud había resuelto proteger o 
							vengar a un huesped de los indios; y la intimidad 
							ulterior de mis relaciones con él no hizo sino 
							reforzar la consideración que me merecía. Era un 
							hombre de figura guapa, de fisonomía agradable e 
							inteligente que su carácter no desmentía. Nunca, que 
							yo haya sabido, salía de la sobriedad, siempre 
							estaba de buen humor y era muy tranquilo, pero se 
							conocía su valor resuelto y determinado cuando 
							llegaba a excitarse para la lucha. Era diestro en toda clase de 
							trabajos manuales y siempre estaba activamente 
							ocupado. Era generoso hasta el exceso, pronto para 
							desprenderse de todo lo que se le pidiera y también 
							de lo que no se se le pidiera. Su gran debilidad era 
							la afición inveterada al juego de apuesta, que unida 
							a su natural pródigo, lo empobrecía grandemente en 
							poco tiempo. A pedido de él comuniqué a Casimiro y a 
							Orkeke su deseo de que se celebrara un parlamento. 
							En consecuencia, todos los jefes se dirigieron a un 
							lugar convenido entre los campamentos donde se 
							sentaron en círculo sobre la hierba. Después de 
							varias arengas dichas por Hinchel y otros, se 
							resolvió elegir a Casimiro jefe principal de los 
							Tehuelches. 
							
							Dos dias después de la llegada de la 
							partida  de los septentrionales los indios de Chubut 
							aparecieron, fueron debidamente recibidos por 
							nuestras fuerzas unidas y en esa ocasión el 
							ceremonial ofreció una escena muy animada. Los 
							recién llegados eran unos sesenta u ochenta hombres, 
							con mujeres y criaturas y ocupaban unos veinte 
							toldos. 
							
							En mayor parte eran jóvenes de sangre 
							pampa o pampa-tehuelche mezcladas, pero había 
							también en sus filas tehuelches puros, el jefe era 
							un pampa llamado Jackechan o Juan. Al observarlos 
							formados o corriendo a nuestro alrededor durante la 
							bienvenida me parecieron que tenían un tipo 
							diferente del de mis primeros amigos: por lo general 
							eran mas bajos aunque tan musculosos como ellos y 
							también más corpulentos, menos atezados y más 
							limpios y elegantes en sus trajes y personas. Todos 
							tenían una buena provisión de lanzas y armas de 
							fuego y era evidente que su jefe los mantenía bien 
							disciplinados. Su radio de acción estaba dentro de 
							los mismos límites que el de la gente de Hinchel 
							pero parecía que, por lo general, se conservaban mas 
							cerca de la costa marítima y muchos de ellos 
							acostumbraban visitar la colonia galense de Chubut 
							con fines comerciales.  |